- Escrito por Néstor Bautista Mancilla
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"Tarrito" - Cuento de Néstor Bautista Mancilla
—¡Mi tarro, mi taaaarroooo… mi taaaarrooooo….! —les grito a los pendejos del ‘indio’ y ‘carerojo’, pero no se levantan.
Me escondieron mi tarro y como saben que yo-que yo me desespero cuando me despierto sin mi tarrito, me la volvieron a hacer.
¿Los granpendejos se hacen los dormidos o el dulce lo tienen todavía metido en las vísceras?
—¡Aaabraaaa… aabraaaa… puerta-puerta….! —le grito al guardia azulado, pero me pone la mano abierta en el aire pa’que me espere.
Cinco minutos más para agarrar mi tarrito. ¿Cómo voy a comer? Y tengo ganas de mear. Me asomo por la reja y lo veo allá tirado. Mitarrito-mitarrito, tan solito, aguantando frío. Como si no supieran del frío que hace por la mañana. Malparidos, hijosputa, mi tarrito en ese patio y sin colchoneta pa’ dormir. Ya se me llenó la cabeza de mierda. Corro la cortina de mi pedazo de cambuche, camino hacia la colchoneta del ‘carerojo’ y le doy un patadón en el estómago. Pero el hijoputa ni se mueve.
—¿Está muy ‘llevado’ por las pastillas o qué? —le grito. Con mis puños en lo alto le bailo como hacía el de una película del televisor del comedor.
Ese ‘man’ se movía rápido y eso que le salía sangre, le caía despacito por la cara y bailaba con un pie adelante, otro atrás y la cabeza de lado a lado y yo me le muevo así al ‘carerojo’, pero ese pirobo ni me mira, ni se levanta a ver cómo muevo los hombros, y los puños: uno… dos… tres… le casco al aire, pero nada.
Entonces le doy otra patada y es cuando se vienen a verme los demás. Como estamos todos echados en el piso, en colchonetas, saltan casi al tiempo, y me aplauden, soy el campeón mundial de boxeo.
“¡Dele duro!”, “¡cásquele en la jeta!”… me animan. Y yo muevo más las piernas pa’que vean cómo voy a dejar al ‘carerojo’ por botar mi tarrito del segundo piso al patio.
—Eso no se le hace al ‘flaco’… —digo con mi mirada de malo.Uno-dos-tres y ‘el sapo’ y ‘la niña’ gritan que noooo jajajaja.
Le pego otra patada al ‘carerojo’ porque ni con el alboroto se voltea a mirarme, pero el hijoputa sigue quieto. Ya me aburrí. Si no se para, ¿pa’qué le peleo? En esta mierda de cárcel ni siquiera armando pelea cambia la cosa. Me agacho a ver al ‘carerojo’ y está ‘caremorado’. Lo moví pa’que se despertara y nada.
—Mi drago, mi drago… llamen al dragoneante, este ‘man’ está frito. Yo no lo maté… yo no… yo no… —les grito, y los demás empiezan otro alboroto.
‘Carerojo’ estaba tieso en la colchoneta.
El ‘indio’ se le botó encima, Pensé que se lo iba a comer a mordiscos, como hizo en el Putumayo con sus patrones, pero era pa’darle un abrazo. Lo agarró duro, le dijo: “ya nos veremos”, y se fue a su pedazo de cambuche. Salió marica el ‘indio’.
Los dos dragoneantes abrieron la reja de la celda comunal. Entraron caminando despacio, con los bastones en la mano y las llaves. Yo los vi en la playa, en pantaloneta, caminado con un balón de voleibol.
Un dragoneante se sentó al lado de ‘carerojo’, le puso la mano en la nariz y se rio con el otro drago. A mí también me dio risa:
—Jajaja… yo no… yo no… jajajajaja.
Con la cobija le taparon las arrugas y la boca apretada.
—Todos para el patio… rápido… —nos gritaron, y me fui corriendo por la escalera.
—Mi tarrito.
Me lo puse en la cabeza, después al frente, abrí la cremallera y ahhhhh… qué descanso. Boté lo ‘meaos’ en una esquina del patio, una lavadita y quedó listo para el desayuno.
—No lo vuelvo a dejar solito, mi tarrito.
—¡Todos a bañarse! —gritó otro ‘drago’.
Nos quitamos la ropa, la dejamos en un montón en la esquina donde no huele a meaos ni a mierda y los 38, yo los cuento por las mañanas… cuento todo, los 237 ladrillos de la pared del sur, las 32 varillas de las rejas, las 64 baldosas del salón de televisión, los 27 pasos para llegar a la reja, los 72 pasos para darle la vuelta al patio, a los cinco dragoneantes, una ‘doc’ que da las dos pastillitas que nos ponen a dormir… y hoy estamos 38 en el patio, a ‘carerojo’ lo bañarán en otro lado, y uno encerrado en el calabozo de castigo.
—Manguera, rápido, la manguera… —gritamos como todas las mañanas a las 7, desnudos en una pared del baño.
Contra la pared… el agua fría, puta agua fría… el drago nos dispara con la manguera y gritamos como locos… ahhhhhh… nos prestamos el jabón, nos lo pasamos por el sobaco, la verga, el culo, las piernas, el cuello y el que sigue…
Una juagada con el tarrito y me seco a toda.
—A vestirse carajo — mátalos ahora que se están vistiendo las voces me hablan, pero me pongo el tarrito en la cabeza para no escucharlos. Me visto mi pantalón de seda, la chaqueta de paño, la corbata, los zapatos nuevos y el sombrero-sombrero. Listo para el desayuno.
Voy a la sala de televisión. Están en Los Magníficos. El negrito me hace reír, pero me cae mal el piloto, por hacerse el loco. Uno de loco hace cosas malucas, de las que no se salen de mi cabeza ni con pastillas o los dulcecitos, y ese parece que se divierte… qué va… eso es mentira.
—La misma mierda de siempre —grita ‘el piojo’ y se forma otro alboroto.
Paso mi tarrito, me sirven y otra vez la masa verdosa que sabe a pasto con boñiga. Estos dragos no saben cocinar. Como en los restaurantes franceses en donde me la paso con varios meseros para una mesa, vino y la mejor comida de mar.
—¿Para esto me puse el vestido de paño? —le grito al drago, pero él se ríe y me ordena que avance.
¿Pa’esto me puse el vestido de paño? ¿Pa’esto me puse el vestido de paño?
La mesa está llena, entonces pa’l piso. Mi tarrito y la cuchara reluciente y a disfrutar de estos manjares de mierda. El profe se nos acerca a preguntarnos cómo vamos. Le decimos que ‘ummmm’, con la boca llena.
Todas las mañanas nos viene a vigilar. Es ‘el sapo’, el ayudante principal de ‘la doc’, la siquiatra. A ella le da informes de nosotros: de los que mejoran, de los más graves, de los que se enferman, de los que se matan en el calabozo y hoy del ‘carerojo’, porque apareció ‘muñeco’ en la colchoneta.
El profe es el más sano de todos. Un día se tomó unas pastillas para la depresión, se emborrachó con el mejor amigo y le dio como 20 puñaladas, bien dadas en el corazón jajajaja, dice que ni se acuerda, el pobre güevón. Podrá ser un arquitecto de los de plata, pero en el pabellón mental todos somos la misma porquería y acá llegó a chupar cana con nosotros, los de bajo estrato.
—Uummm … qué rico —le digo al pendejo pa’que no me joda y me agacho más abrazando mi tarrito pa’comer.
Trago casi sin masticar y listo-listo, me voy pa’l baño. Pero las dos tazas del baño están siempre a reventar. Menos mal tengo mi tarrito. Una juagada al tarrito y a caminar.
Ahora me pongo la sudadera Adidas, los Nike y a correr como gacela. Correr-correr-correr-correr. La cancha es una pista gigante y me muevo-me muevo. Me da el desespero, mi cara se agranda, me hablan las voces, nadie me cree, me dio la maricada, la misma que me dio cuando maté a esos niños.
Es que ya va siendo hora del dulcecito, de la pastilla. Todos lo sabemos y nos hacemos al lado de la reja principal. Por donde llega la ‘doc’. Ahí viene la cucha. Es flaquita y pequeñita, de ojos saltones y con una sonrisa a todo momento, parece loca la hijoputa. Pasó a mi lado y me miró como bicho raro.
—Tarritoooo… —me llaman.
Mis dos pastillas de haloperidol y zopiclona. Me tengo aprendidos los nombres, aunque yo les digo ‘a-lo-mejor’ y ‘sople-no-má’. Las tomo al tiempo porque solo con la primera, no veo ni por mí mismo. A las 9 de la mañana son las pastillas y desde ese momento nadie sabe nada de nadie.
—Mi diazepaaaan… doctooooraaa, por favor mi diazepaaan —grita el desgraciado del ‘mico’ desde el tercer piso. Lo tienen metido en la celda de castigo desde hace trezzz días porque acabó con el pobre Alfonzzzito. Mientras le hundía un cuchillo que hizo con una lámina del zzzalón de trabajos manuales, le decía al oído que estaba salvando zzzu alma, que desde los-ataquezzz del 11 de septiembre su misión era salvar almazzz y por eso había dejado en el cielo la de su mamá. Nadie lo voltea a mirar… matar a la mamá… loco hijoputa.
Ufff, ‘a-lo-mejor’ y ‘sople-no-má’ pazzzaron de mis tripas a la cabeza. Se siente bueno. Mejor me pongo el frac. Esto solo merece la mejor pinta. Me zzziento en el trono del rey a ver a mis súbditos.
—Cachepeémeee la parantama —me dice Alberto y le respondo que no me joda loco hijoputa, ni se le entiende lo que habla con esas babas en la jeta.
Me voy a la otra habitación principal pa’ que no me jodan, pero cuando me voy a acostar en el sofá de cuero me llama el profe.
—¿Quiere otra pasta para que la pase mejor?
—¿Aaaa a cambio, a cambio, aaaaa cambio de qué?
—De nada, de amigos.
—Amigozzz no hay en esta mierda —le digo, haciéndome el loco, y se la recibo.
Me la tomé de una. Qué fuerte. Queeeé rico. Me puse el zzzombrero de copa. Me tiré en la cancha del estadio. El cielo se me acerca y el agua no me deja hundir. El frío me congeló la miraaadaaa y veo siempre lo mismo, pero los escuchó a todos. “Déjeme entrar”, “devuélvame mi saco”, “hoy gano en el dominó”… hijoputa ¡qué bueno!, los escucho y no me pueden ver. “La pazzz-la pazzz-la pazzz”, “le hago laaa maaagia, es certera”, “no le creo, porqueee…”, “ella era la que más”, “jaja jaja”, “tarrito, venga”, “la musi”, “tarrito, que venga”.
Esa es pa’mí. Es el profe.
Esa es pa’mí. Es el profe.
—¿Le gustó el dulce nuevo?
Le digo que sí.
—¿Que si le gustó el dulce nuevo?
—Queee-zzzi… ggguuuu eeee noooo… —se me escurren las babazzz.
—Jajaja qué bien. Venga que la ‘doc’ lo quiere saludar.
—Gggguuu eeee noo.
Me llevaron del brazo, pero todos caminaban tan despacio que yo soy otra vez la gacela. La reja principal la abrió un drago. Caminé por una sala de espera y había dos oficinas cerradas, lo mismo que vi cuando me metieron hace como dos años al pabellón mental.
—Todo bien, ¿amigo?
—Zzzziii —fuerte y claro.
La ‘doc’ salió de un cuarto y nos hizo entrar a una pieza con camilla y aparatos.
—Mire a este loquito con la boca tan abierta. ¿Le diste mucho antisicótico?
—No señora, lo que me dijo.
—¿Pero ya se había tomado las otras pastillas?
—Sí señora.
—Entonces es cuestión de tiempo. Vas a dormir de-lo-me-jor mi loquito lindo.
La sombra de colores me miraba, pero no fui capaz de responder.
—Mi ‘doc’, ¿no cree que ya deberíamos parar?
—¿Te me estás ablandando arquitecto? ¿Acaso no te gusta que te deje a solas con los loquitos jóvenes, que te dé la droga adecuada, que te mantenga lejos de esos locos violentos? Si quieres me avisas y cambio de ayudante. Además, estamos salvando a la sociedad de estos asesinos y violadores. ¿O los quieres en la calle haciendo de las suyas?
—No señora, lo que pasa es que ayer fue el ‘carerojo’ y hoy este. Nos pueden investigar.
—Tranquilo, hombre. El de ayer fue un paro cardiaco, así va a salir en los informes. Y de este, nos podemos inventar que se colgó de las rejas. Toma esta cuerda, aprovecha que está quie-ti-co. Y lo mejor es que dentro de poco me trasladan a un hospital geriátrico.
Mi taaarrito… mi taaggg…
Néstor Bautista Mancilla
Escritor bogotano. Durante 22 años trabajó como periodista en seis periódicos, una agencia de prensa y una oficina de comunicaciones. Recientemente terminó una maestría en Creación Literaria. En estos años de experiencia periodística ha conocido tanto del país que solo es noticia en los medios cuando hay una tragedia; como del que vive indiferente en su mundo de consumo.